News

Share

‘La inmortal Clarice’, por Nélida Piñon

"Años antes de conocer a Clarice Lispector, le envié una cesta de huevos de chocolate comprados en Copenhague en Pascua, en un gesto amistoso que no llegó a llamar su atención. Quería conocerla en persona. Aunque era joven, no pretendía convertirme en su discípula sino llegar a mantener una relación duradera, inquebrantable. Tanto es así que no firmé la tarjeta que iba con el regalo. Dejé la cesta en Leme, a la entrada del edificio donde ella vivía entonces, aunque en mi anónima nota, escribí: “Fue entonces cuando, por pura urgencia, la gallina puso un huevo”.

Habrían pasado años sin respuesta si Nélida Helena, una amiga de la escuela Santo Amaro con la que había quedado, no hubiese detenido su coche frente a un edificio desconocido, alegando tener orden de parar allí antes de ir a cenar. La acompañé, como me pidió. Y tan pronto como sonó el timbre de la puerta, apareció esa mujer con aspecto de tigre, con el cabello parpadeando por la brisa. Fue Clarice Lispector quien, al invitarnos a entrar, decidió participar en el juego que su amiga le había propuesto, como una forma de regalarme un inesperado instante de felicidad.

 A lo largo de esa noche no malgasté alabanzas literarias vanas, dada la dimensión del gesto de la extraordinaria escritora a la que tanto admiraba, pero de aquella charla nació una alianza inusual para Clarice, a quien llegué a conocer de verdad a lo largo de los años. Sin embargo, gracias a su intuición, que actuó como si la mano de Dios le dijera la palabra precisa en ese instante, ella, siempre puro enigma, confió en ese momento en que la joven sonriente que yo era la acompañaría hasta el final. Desde entonces ambas vivimos una amistad sin fisuras ni defectos.

 A partir de esa noche, Clarice disfrutó compartiendo conmigo banalidades que pusieron a prueba nuestra pasión por la vida. No éramos exactamente dos autoras que desafiaban la literatura o se rendían ante la seriedad del oficio. Elegimos el afecto como una forma de desarrollar nuestra fe en el futuro. Leales, creímos que valía la pena estar juntas, reír juntas, llorar juntas. Siempre fuimos dos amigas para quienes la vida era una poderosa fuente de atracción, relativizando la gravedad de algunos temas estéticos, trascendentes, que no eran más que trampas."

[...] "Clarice era así. Sus angustiados ojos verdes reverberaban. Desenredaron el capullo del escritor y se dirigieron directamente al epicentro de las palabras y las emociones. Sabía la línea recta para ser honesta. Sin duda fue eso lo que animó sus libros."

Extractos del artículo escrito por Nélida Piñon para El Cultural con motivo del centenario de Clarice Lispector, 10 de diciembre de 2020.